David Le Breton nos señala que «no podemos pensar el cuerpo (ni tampoco al propio género, al sexo y a la sexualidad) fuera de la historia y fuera de los valores y representaciones propias de una condición social y cultural en un momento dado». Esta advertencia cobrará sentido en la medida que las polaridades existentes entre lo masculino y lo femenino sean precisamente «construcciones sociales», y por lo tanto al ser elaboraciones de la propia cultura se nos presentan como «infinitamente variables». Por ejemplo, la variabilidad de géneros, como lo transgénero, permite romper con una determinada lógica binaria de los sexos (de roles, valores, atributos, etc.), proponiendo a este respecto múltiples identidades que subvierten tanto las categorías como las convenciones de género. El racismo y la estigmatización del Otro también termina cristalizándose en el cuerpo, en su rostro, en todo lo que pudiera fundar una desigualdad. […] La supuesta naturaleza inferior de algunas «razas» sirvió para declarar al negro, al homosexual, a los pueblos indígenas, y a todos los que no se ajusten a la fisonomía del hombre blanco, como seres despojados de toda humanidad. La rápida asimilación de estos caracteres ha servido por mucho tiempo para la realización de programas eugenésicos, de higienización y exterminio como parte de políticas de Estado.