Como una especie de metástasis, los racismos parecen proliferar simultáneamente y en diversos lugares. Pero esta simultaneidad, que sin duda, al menos en parte, podemos atribuir a la globalización, es también la reactivación de tendencias que, antes arrinconadas, hoy por hoy disputan la representación y hasta acceden al poder. En la medida en que las sociedades llamadas democráticas no parecen poder contener a estas fuerzas, los peores recuerdos del siglo XX se ciernen sobre este siglo que comienza. Pero hoy sabemos más sobre el racismo. Sabemos, por ejemplo, en contra toda la tendencia de fines del siglo XIX y de la primera mitad del XX, que fundar el Estado-nación sobre la raza es fundarlo sobre una ficción. Es lo que da a entender Balibar en Raza, nación, clase, a propósito de la etnicidad ficticia en la forma de la comunidad de raza. La idea de comunidad de raza, explica Balibar, hace su aparición cuando las fronteras de parentesco se disuelven a nivel de clan, de comunidad, de vecindad y, teóricamente al menos, en clase social, para desplazarse imaginariamente al umbral de la nacionalidad (Balibar, 1991: 155). En tanto que ficticia, no hay cómo no pertenecer, o pertenecer, a una comunidad así, en lo que suele estar implicado un arcaísmo al que no podemos acceder jamás, y que identificaríamos mal si nos contentamos con establecer que se trata sólo de un arcaísmo. El racismo, hoy, también sabe más sobre racismo.