Ligada a la poesía del 40, Blanca Varela se sitúa en un contexto literario rico y diverso, aunque es cronológicamente contemporánea de la generación subsiguiente. Su formación se desarrolla en un ambiente fuertemente influenciado por el surrealismo, junto a poetas como Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson y Sebastián Salazar Bondy. A pesar de estas influencias, Varela ha trazado un camino único en su obra, distanciándose de las trayectorias de sus colegas y de las modas que podrían haber marcado su escritura.El rigor ético que caracteriza su poesía se manifiesta en una búsqueda personal profunda que, a la vez, se puede considerar un ascetismo estético. Varela ha optado por no someterse a los códigos de vanguardia que abogan por la no-significación, buscando en cambio que su poesía sea auténticamente comunicativa. Su obra se erige como un testimonio de su compromiso con la claridad y la expresión sincera, sin dejarse llevar por las experimentaciones formales que dominan el panorama poético contemporáneo.La comunicatividad de su poesía proviene de una incitación interior, donde la voz de la autora establece un diálogo con el lector, pulsando emociones y reflexiones profundas. Su extensa trayectoria literaria está marcada por un esfuerzo constante por mantenerse fiel a su visión artística, evitando la indulgencia en palabras impuestas desde fuera. En este sentido, "Canto Villano" se presenta como una obra que no solo sigue la tradición poética, sino que también desafía y redefine lo que la poesía peruana puede ser. La entrega de Blanca Varela a su vocación poética la distingue en un legado literario en el cual deja una huella indeleble.
