Yom Kipur y El sueño de Makar son dos de los relatos más conocidos de Korolenko. Son divertidos, porque Korolenko así lo decide, pero también son tristes, y sus personajes, Iankel y Makar, nos conmueven, los compadecemos, pero no son penosos, sino solo seres humanos que intentan salvar su “pellejo” en un medio hostil. Korolenko exhibe un característico estilo narrativo ingenuo, realista, natural, con un humor inteligente y nada irónico. El dominio y la libertad plástica con los que maneja a sus campesinos rusos, la descripción y la trama, le convierten en un maestro del relato y del cuento, lo que le ha llevado a consagrarse como uno de los mejores escritores eslavos. Ambos relatos retratan la vida del campesinado ruso del último tercio del siglo XIX, y Vladímir es un narrador comprensivo, observador, humanista y paciente, que deja aflorar en sus personajes caracteres extremos, duros, desafinados, que viven en condiciones climatológicas y políticas adversas, y que acaban renunciando, primero a su dignidad, después a una convivencia pacífica con los demás hombres, y por último resignándose a un fatal destino, pero que sorprendentemente, y para el descanso de sus personajes, nunca llega. Y es que Korolenko no es trágico, sino cómico, y por eso sus personajes no son miserables, sino muy humanos, con muchos defectos y taras, pero a la hora de juzgarlos, en el día de Yom Kipur o a las puertas del cielo, todos sus pecados se vuelven triviales y vuelven a gozar de una feliz libertad, robada entonces y por fin devuelta ahora.