Todos los hombres y mujeres, en virtud de su humanidad, son creadores de imágenes; en algunos estas son vívidas y claras, en otros, trémulas, carentes de vida. Los griegos fueron los iconistas supremos, los más grandes forjadores de imágenes que el mundo haya visto, y por ello su poderosa mitología pervive aún hoy. El genio de Roma, sin embargo, no radicaba en el iconismo, pues allí no adoraban a dioses, sino a poderes, a numina. Pero el hecho de que los romanos no fueran iconistas no debe darnos la idea de que eran un pueblo menos religioso que el griego. Probablemente sea más cierto lo contrario. Una entidad vaga inspira mayor temor y reverencia que una conocida. Como escribió Lucano sobre el culto sin imágenes de los galos: «¡Cuánto incrementa la sensación de terror no conocer a los dioses a los que se teme». Jane Ellen Harrison, figura legendaria de los estudios clásicos, nos ofrece en este sugerente ensayo un lúcido y apasionante recorrido por las más destacadas figuras del panteón grecolatino.