La principal característica del capitalismo consiste en su desequilibrio estructural inherente, su carácter antagónico más profundo: la crisis constante, la constante revolución de las condiciones de su existencia. El capitalismo no tiene un estado normal de equilibrio: su estado normal es la constante producción de un exceso; la única manera para sobrevivir que tiene el capitalismo es expandirse. Por eso, el capitalismo se encuentra atrapado en una especie de bucle, o círculo vicioso, claramente descrito por Marx: al producir más que cualquier otra formación socioeconómica para satisfacer las necesidades humanas, el capitalismo también produce más necesidades por satisfacer: cuanto mayor es la riqueza, mayor es la necesidad de producir más riqueza. Existe una especie de homología estructural entre el capitalismo y la noción freudiana del superyó. La paradoja básica del superyó también se refiere a cierto desequilibrio estructural: cuanto más obedecemos sus órdenes, más culpables nos sentimos, por lo que la renuncia solo implica la demanda de más renuncias, el arrepentimiento más culpa, tal como es el capitalismo, donde un aumento en la producción para satisfacer la falta solo amplia la falta.