A lo largo de su vida, Álvaro Mutis fue empleado en relaciones públicas,
vendedor itinerante, escritor de novelas de aventura, poeta de la
errancia y del mar, reo en el Palacio Negro de Lecumberri por «delitos
líricos y gastronómicos», apasionado de la historia, y un irredento
jugador de billar. «Un poema tiene que ser como una carambola», llegó a
decir, «uno golpea la bola que va a arrancar, y con ella golpea las
otras dos de forma armónica, y ya. Eso es un poema».Aquí se recogen los
cantos que le compuso entre duermevelas e insomnios febriles a ese manto
oscuro que se debate con la luz de las lámparas, apoderándose del día y
arropándolo todo, y detrás del cual se revelan los contornos de un
paisaje a veces vertiginoso, a veces sombrío, pero casi siempre cómplice
y acogedor.Con la lucidez que otorga la noche, Mutis evoca en estas
páginas los vientos inhóspitos, la lluvia sobre los cafetales, el
silencio de un espejo que ve todas las intimidades, y los ríos que
arrastran navíos oxidados, dejando por su paso estelas de vapor. Por
ellas desfilan santos, reyes y generales,desfila el tiempo que lo
conquista todo, que atrae al destino y arrasa con la más gloriosa
existencia, salvo la de la noche que regresa, siempre cambiante, pero
idéntica a sí misma desde que el mundo tiene memoria.Mateo García
Elizondo