Entre la fatiga de su propio deterioro y la necesidad de un cambio, un narrador decide emprender un proceso de curación que lo lleva a convertirse en cuidador de un trozo de tierra en pleno centro urbano. «Digamos que yo era también el suelo que detallo», podría leerse en sus anotaciones, porque su mirada se dirige hacia lo mínimo para entender lo que persiste. A través de notas de carácter naturalista, la obra acompaña la transformación de un minibosque gracias al cultivo, al riego y a la lluvia: invasores, pájaros, arbustos que se aferran a la vida y el brote de un quillay emergen como protagonistas de un paisaje que se reconfigura una y otra vez. Es la lucha diaria de diversas especies y la cooperación dentro de un ecosistema al que el hablante pertenece de manera activa, registrado en párrafos que se aferran a la cadencia de los ciclos y a la memoria.El cuidador siembra la tierra y la tierra moldea su ánimo: «En lo diminuto se manifiesta verdaderamente eso que llamamos fuerza de la naturaleza». En esa economía de lo pequeño se explica la fortaleza de un mundo que respira bajo la ciudad: una observación paciente se convierte en una forma de ética, y la ciudad deja de verse como una simple maquinara para revelarse como un mosaico vivo de interdependencias. El libro invita a mirar con calma el crecimiento de lo cercano, a reconocer que el cuidado diario transforma tanto al individuo como al paisaje, y que, al hacerlo, desvela la resistencia, la belleza y la memoria que sostienen todo.
