Ricardo Fuentealba Rivera vivió un viaje con su abuelo Emilio guiado por una locomotora a vapor 820 del Tren de la Araucanía, hoy Monumento Nacional. Empieza la travesía, el humo que echa el tren, se repasa el equipaje: apretados bultos, conversaciones y sonidos. El nieto mira, recorre, traza. Acompaña a su abuelo por allá en 1960 en un trayecto que pintará casi sesenta años después. Quizás lo pinta para oscurecer el recuerdo o algún tramo de esa memoria. Quizás no, y dibuja por el puro goce de prestársela a las manos para que ellas hagan y deshagan a su antojo. Arriba del tren el abuelo tiene hambre, sueña, pide. El nieto sueña ir al sur de sus ancestros; el abuelo pide una alita de pollo y en el pedir, el nieto/autor memoriza negros y blancos sin saber que, después, años después, buscará la manera de contar esa aventura para traerla de vuelta desde 1960 hasta acá. Pero, ¿Cómo hacer regresar una memoria que parece del tamaño de un tren? Los dibujos en El fondo de un bolso verde de Ricardo Fuentealba Rivera, serán un permanente ir y recolectar, venir y podar, cosechar, limpiar, y embalar todo lo que sea visto en ese viaje. En los dibujos de este libro, nada es posible de mirar rápido porque nada hay superficial. Derecho y revés de un recuerdo vibrante de página en página y de sueño en sueño hecho con maestría de maestro. Lo imagino así: arremangándose la mirada para abarcar más y ver mejor. Arremangársela como nos arremangamos la ropa cuando el cuerpo se acalora después de hacer un esfuerzo grande; aquí, recordar.