El sueño podría ser leído como un libro sobre el hábito: el hábito como repetición, como costumbre, como sosiego; el hábito como hábitat de la monja. Con sigilosa deliberación Aira induce al lector a comulgar con las madrugadas del puesto de diarios de la avenida Directorio esquina Bonorino, con los horarios fijos del Doctor jubilado, con el pedido de la señora del Susybingo, con los itinerarios del portero de la calle José Bonifacio, con la entrega de los fascículos de manualidades al edificio de enfrente y, sobre todo, con los hábitos de las monjas del Colegio de la Misericordia. Persistente, metódico en su enumeración de prácticas, el régimen urdido por Aira deja al lector en un estado letárgico de somnolencia pueblerina.