Una tranquilidad inquietante empaña el reino de Oliver VII. Emboscadas y trampas mortales cumplen un extraño circuito feudal. Alturia, monarquía otrora indeclinable, se encuentra al borde de la quiebra, con un golpe de estado a punto de ocurrir. Escenas oníricas se suceden a oscuros complots. La revuelta estalla en las puertas del palacio real y Oliver huye de incógnito a Venecia.El ojo maestro del pintor Sandoval registra las escenas aledañas, decisivas o baladíes, con una puntería y certeza por completo ajenas a los énfasis habituales. No es un ojo solo sino toda una percepción, entrenada y única. Las alarmas, las cautelas, los disfraces, las rápidas transiciones y los cambios (no solo de traje sino de identidad) resultan, como en Mozart, recursos perfectos.Antal Szerb es capaz de dejar en la superficie de la prosa, como un reguero de pistas o claves, los hechos desnudos y los efectos de causas remotas. Su elegancia es hoy tan inusual que a veces nos hace desconfiar de que el acto de leer sea aquello mismo a lo que estábamos acostumbrados. Describe así una inestabilidad equiparable a la del imperio austrohúngaro en un idioma no del todo a salvo de enérgicas intrigas dignas del dialecto de Shakespeare y los dramaturgos isabelinos. En pocos, en muy pocos casos se encuentra un enrarecimiento narrativo a la vez tan perturbador y satisfactorio.