En El misterio del mal, Giorgio Agamben intenta comprender la renuncia del Papa Benedicto XVI. El filósofo observa esa decisión en su ejemplaridad, o sea, por las consecuencias que de ella pueden extraerse para un análisis de la situación política de las democracias en las que vivimos. Con su “gran renuncia”, Benedicto XVI ha dado prueba no de vileza, sino de un coraje que hoy adquiere un sentido y un valor ejemplares. ¿Por qué esta decisión hoy resulta ejemplar? Porque señala la distinción entre dos principios esenciales de nuestra tradición ético-política: la legitimidad y la legalidad. Si la crisis que está atravesando nuestra sociedad es tan profunda y grave, es porque esta no sólo cuestiona la legalidad de las instituciones, sino también su legitimidad. Los poderes y las instituciones hoy no se encuentran deslegitimados porque han caído en la ilegalidad; más bien es cierto lo contrario: la ilegalidad está tan difundida y generalizada porque los poderes han perdido toda conciencia de su legitimidad. El intento de la Modernidad de hacer coincidir legalidad y legitimidad, buscando asegurar por el derecho positivo la legitimidad de un poder, es –como resulta del indetenible proceso de decadencia en el que han entrado nuestras instituciones democráticas– absolutamente insuficiente. Las instituciones de una sociedad se mantienen vivas sólo si estos dos principios siguen estando presentes y actúan en ellas sin pretender coincidir jamás.