Blackie Books continúa con su Biblioteca Werner Herzog, dedicada al pensador más intrépido, divertido y profundo de los últimos tiempos. Todas y cada una de sus historias las podría contar cualquiera en un bar, frente a una chimenea, en una sala académica, y atraparían la atención del público. Pero el caso es que, cuando las narra Herzog, se convierten en únicas y mágicas y nos hablan del alma del ser humano. De quiénes somos en realidad.
-Señor Herzog -me dijo-. El emperador quiere invitarlo a una audiencia privada. A menos que no pueda permitirse distracciones antes del estreno, claro.
-¡Cielo santo! -respondí-. No tengo ni idea de cómo hablarle al emperador. La conversación acabaría siendo un intercambio insustancial de fórmulas de cortesía. Sentí la mano de mi esposa Lena sobre la mía, pero ya era demasiado tarde. Había rehusado la invitación. Fue un paso en falso, tan estúpido y descomunal que todavía hoy me avergüenza. Todos los que estaban sentados a la mesa se quedaron petrificados. Nadie parecía respirar. Todas las miradas cayeron al suelo, se apartaron de mí, y un largo silencio congeló el ambiente. Pensé que, en ese instante, todo Japón contenía el aliento. Una voz rompió el silencio: -¿A quién le gustaría conocer en Japón, entonces?
Sin pensarlo, dije:
-A Onoda.
¿Onoda? ¿Onoda?
-Sí -dije-, a Hiroo Onoda.
Una semana más tarde, lo conocí.