Arraigados en lo más profundo de la tradición oral, los mitos conservan sorprendentemente viva la palabra del pueblo en su necesidad de comprensión del mundo y sus fenómenos, y en su capacidad de creación de mundos nuevos. Fueron y son cultura viva. En Chile, el valor cultural inscrito en dicha tradición fue lo que sedujo a principios del siglo XX a un conjunto de investigadores, etnólogos, historiadores y folcloristas a salir en busca de dicha riqueza testimonial, configurándose un primer gran corpus sobre la cultura popular de Chile. Uno de ellos fue Julio Vicuña Cifuentes. Después de un recorrido por gran parte del país, registrando relatos orales directos en lugares entre sí tan distantes y diversos como Matancilla, en el Norte Chico, y Castro, en la isla de Chiloé, pasando por La Serena, Buin, Curepto, Cauquenes, Chillán o Puerto Varas, entre muchas otras ciudades y pueblos, Vicuña Cifuentes ordena, contextualiza, relata y compara historias referidas a una cincuentena de mitos tan mundanos como fantásticos. Que el Alicanto es un pájaro cuyo plumaje brilla en la oscuridad; que el Chuvino humilla el amor propio de sus víctimas; que cerca de Talagante un macho cabrío preside una orgía de brujos, y que allí a los no brujos les roban la sombra; que quienes llegan a la Ciudad de los Césares pierden la memoria de lo que fueron; que los brujos tienen la costumbre de robar niños varones de seis meses a un año para hacerlos Imbunches; esos y muchos más, dice Vicuña Cifuentes que le dijeron.