"...dejamos para este cierre la carta que Magñil Wenu envía al presidente Montt en 1860 y que muestra la estatura política del toki general; su conocimiento y crítica de las formas de actuar y hacer guerra de la parte chilena, su dominio de redes, la autoridad de que gozaba entre los suyos y la capacidad de denuncia sin subordinación.
Esta carta resume la visión mapuche de la catástrofe que conllevó la ocupación chilena de las tierras ancestrales, con su seguidilla de muertes, robos y abusos, ignorados generalmente en los partes militares y en las informaciones de prensa. Se trata de un testimonio excepcional de cómo fueron entendidos y sufridos los vaivenes de la política que se originaban en la capital, y de los ingentes obstáculos que se oponían a las dirigencias mapuche para lograr unas condiciones mínimas de tranquilidad que aseguraran la supervivencia de su gente. Pone a la vista la diferencia de percepciones ante la guerra: para los mapuche no se podía hacer malón sin permiso superior, y se debía compensar al enemigo por las pérdidas sufridas. En cambio, el wingka era un enemigo implacable, cuya codicia no tenía límite (“no se llena nunca la barriga”, dice Magñil del intendente Villalón), que mataba por matar, sin hacer cautivos con los que luego pudiera tener ocasión de transar la paz, y que tampoco siquiera mostraba compasión ni interés por rescatar los cautivos propios tomados por los mapuche (lejos están las palabras del visitador González de Rivera, en el parlamento de Purén de 1698, cuando en su discurso señala conocer y respetar “el azmapu de la tierra”)."