Los lectores de la década del treinta del siglo pasado recurrían a Joaquín Edwards Bello porque les hablaba sin rimbombancias ni fililíes, cuestión inusual en la prensa de la época Ahora, tras de ocho décadas, y pese a que el escenario mundial y sus coordenadas sociales y culturales han experimentado profundos cambios, el entusiasmo continúa. Hoy lo leen nuevas generaciones que crecieron viendo televisión o jugando PlayStation. Y es que la curiosidad del cronista ante la vida y la cultura su capacidad de observación cruzada por su imaginación , la pasión –hasta la neurosis- por el periodismo y la escritura, su apuesta –cercana a la autodestrucción- por la independencia y la libertad, mantienen la frescura de su estilo y la originalidad de su mirada.