Pensar el jardín desde tres autores emblemáticos de la narrativa chilena –Couve, Wacquez y Donoso– permite experimentar la tensión implicada en ese espacio: su carga simbólica, cuyos ecos llegan hasta el Edén, el componente de clase (tanto en la tradicional secuencia de patios como en la belleza de los aristocráticos jardines a los que solo se accede desde la privilegiada vista de una ventana) y, ciertamente, como sitio de la batalla constante entre el mundo natural y la necesidad humana de control, en un espectáculo ambivalente, en el que, por un lado se resiste el avance de la ruina, mientras, del otro, predomina el deseo de fundirse en ella.