sale poco de su refugio, normalmente de noche, y una de esas escapadas será, un buen día, la definitiva. Dejará atrás sus estatuas en su «fortaleza de la soledad» y acabará recalando en un pabellón vecino a una escollera en el que vive Katrin, la mujer completamente opuesta ?y complementaria? a sus deseos: ella es joven, casi infantil, apenas ha empezado a vivir, es un extraño reflejo de un mundo paralelo. Las estatuas de agua se publicó originalmente en 1980 y es uno de los libros más extraños y personales de Fleur Jaeggy, una cumbre de su estilo: las palabras viven aquí una vida selvática y asocial, como los seres de los que nos hablan. Un desolado laconismo hace emerger y desaparecer en pocas líneas retratos, lugares, voces y afiladas gavillas de historias. Y la continua disociación, la obsesión de los fantasmas, la ironía envolvente y la desesperada euforia son huellas de esa imaginación vagabunda que tuvo su nacimiento simbólico, como han apuntado algunos críticos italianos, en esa cumbre de la literatura del cansancio y el desapego a la vida que fue el Lenz de Georg Bu?chner.