Un llamado a concurso de obras de teatro del Colegio Médico el año 1983, desafía a De la Parra y su amigo León Cohen, ambos psiquiatras. Emprender así la aventura con una obra mínima, utilería cero, cero recursos.
El autor recurre a sus experiencias anteriores en el teatro y hace una mezcla un poco confusa, mágica y delirante, «un texto donde el espectador fuese engañado en un juego de muñecas rusas donde una escena contuviese otra y no se supiera hasta el final cuál era la realidad», dice De la Parra. Y continúa: «Engañar al espectador. Que crea que son un par de exhibicionistas y luego que vienen del oscuro e innombrable mundo de la tortura que llamábamos la “tortuga”. Y luego que dicen que son Freud y Marx. Dicen que son. Ese equívoco glorioso y psicótico del cual vive el teatro. El espectador entra en trance, el actor es un ilusionista, el dramaturgo un prestidigitador de la palabra. Dicen que son y basta. Son.”
«El final de la obra, el aparente final que contiene varios finales posibles, rompe todo lo imaginado y contacta con el horror más temido. La obra, que ha discurrido como comedia de payasos o cuento de borrachos, se convierte en tragedia. Se congela la carcajada en la cara».
La obra se convirtió en un éxito total. Según la SGAE de España, La secreta obscenidad de cada día se convirtió en la obra chilena de más larga vida en representaciones alrededor del mundo.