Desde muy joven, Geoffroy Delorme tuvo dificultades para relacionarse
con sus semejantes. Sus padres decidieron sacarlo de la escuela, así que
el pequeño continuó sus estudios en casa. Pero no muy lejos de su hogar
había un bosque que no dejaba de llamarle. A los diecinueve años, no
pudo resistir más la llamada y se lanzó a vivir con lo mínimo en las
profundidades del bosque de Louviers, en Normandía. Comenzaba para él un
largo y arduo aprendizaje. Un día, descubrió un corzo curioso y
juguetón. El joven y el animal aprendieron a conocerse. Delorme le puso
un nombre, Daguet, y el corzo le abrió las puertas del bosque y su
fascinante mundo, junto a sus compañeros animales. Delorme se instaló
entre los cérvidos en una experiencia inmersiva que duraría siete años.
Vivir solo en el bosque sin una tienda de campaña, refugio o ni siquiera
un saco de dormir o una manta significaba para él aprender a
sobrevivir. Siguiendo el ejemplo del corzo, Delorme adoptó su
comportamiento, aprendió a comer, dormir y protegerse como ellos,
aprovechando lo que el humus, las hojas, las zarzas y los árboles le
proporcionaban. Y así, fue adquiriendo un conocimiento único de estos
animales y su forma de vida, observándolos, fotografiándolos y
comunicándose con ellos. Aprendió a compartir sus alegrías, sus penas y
sus miedos. En El hombre corzo, nos lo cuenta con todo lujo de detalles.