Clara y Julien, los últimos duques de Villavide, ya ancianos, carecen de
descendencia. Aunque viven una existencia desahogada, en una magnífica
heredad y rodeados constantemente de amistades, sufren la angustia
creciente e imparable que el final inexorable de su dilatada dinastía
les genera. Este es el núcleo existencial desde el que parte la
extraordinaria poeta, narradora, guionista y periodista que fue Marie
Louise Lévêque de Vilmorin (1902-1969), para edificar una muy lograda
pintura de época que, no por tener una declarada fijación temporal, deja
de abordar con ternura y hondura tanto emocional como conceptual los
entresijos de la condición humana, sus altibajos y peculiaridades,
confirmando que somos los mismos en cualquier tiempo y lugar,
independientemente de la condición social y económica que nos haya
tocado en suerte.
La extrema elegancia de estilo evidenciada por la De Valmorin no deja de
ser un instrumento muy adecuado para, también, pegarle sus buenas
estocadas a los aspectos más susceptibles de sátira de los usos, las
manías y costumbres de la aristocracia francesa. Lo que desde luego
desató un escándalo de dimensiones cuando, en 1937 y entreguerras, esta
su segunda novela vio la luz de la imprenta y llegó a ojos que no
deseaban verse retratados aquí y allá, en párrafos punzantes y muy bien
dirigidos por la autora, experta conocedora del medio social al que
pertenecían sus personajes.