La historia moderna es una historia de estetizaciones, y cada estetización plantea una demanda de protección. Estetizamos y queremos proteger casi todo, incluyendo la Tierra, los océanos, la atmósfera, especies raras de animales y plantas exóticas. Los humanos no son la excepción. También se presentan como objetos de contemplación que merecen admiración y cuidado. Durante el siglo XX, artistas e intelectuales lucharon por el derecho soberano de exhibirse en sociedad a su manera: convertirse en obras de arte creadas por ellos mismos. Hoy todo el mundo tiene no solo el derecho, sino también la obligación de practicar el autodiseño. Somos responsables por el modo en que nos mostramos ante los demás, y no podemos deshacernos de esta responsabilidad estética.
Sin embargo, sostiene Groys, no somos capaces de controlar nuestra imagen. La producción de nuestros cuerpos públicos es un proceso colectivo que no depende exclusivamente de la propia voluntad. Hacemos libros y obras de arte, diseñamos sitios web y cuentas de Instagram. Junto con ello, se están creando de forma permanente documentos, fotos, videos y copias de correos electrónicos que son extensiones de nuestros cuerpos y constituirán los cadáveres públicos destinados a sucedernos en un más allá material que no se detiene con la muerte.
Entre la reflexión sobre las prácticas estéticas contemporáneas y la crítica de Internet, y a través de un ejercicio que contrapone la finitud del tiempo biológico con la temporalidad trascendente de la obra de arte y los mecanismos de inmortalización de la cultura digital, Boris Groys continúa con este volumen redefiniendo la dimensión ontológica de nuestra experiencia cotidiana.