A última hora de la tarde, Prozorski se marcha de la casa de una vieja amiga con el estimulante recuerdo de sus hijas, que no veía hace años. Algo había pasado con las niñas. imagina con insistencia a la joven y esbelta Anna, con sus piernas armoniosas y desnudas bajo un vestido blanco, su cabellera azabache y sus ojos negros. Entonces piensa: "debo, sí, no puede ser de otro modo, poseer a esa niña".